Fútbol...

Ayer medio miraba el partido de Chile con Argentina.
El fútbol no me calienta mucho, pero cuando hay un partido en la tele como que de a poco me agarra y termino con la guata apretada y a veces, hasta interpelando las jugadas.

Ayer yo creía que al seleccionado le iban a meter goles hasta por debajo de la lengua, pero para mi sorpresa, les fue bien. Claro que me pone nerviosa la facilidad con que los relatores agarran papa y terminan hablando como si el partido ya estuviera cocinado, cuando falta un montón para que termine y un puro gol no determina los destinos del partido.

Me da risa la cantidad de cuestiones que inventan y bueno, lo más sano es hacer zapping y volver de cuando en cuando a ver si las cosas siguen bien, o nuestro sino pasó la cuenta y no hay nada que hacer.

Mi hermana debe estar re feliz con esta victoria. Y un montón de gente debe haberse levantado con ánimo. Como sea, no es menor que el «Deportivo Mapuche» (así rezaba un comentario de un hincha argentino sobre el macht) les haya enchufado una pepa a los trasandinos. Buena cosa.

Rituales

Ya ni me acuerdo hace cuántos años que vengo saludando a destiempo a Anita. Ya no hay culpa en este olvido, en la traición de la memoria (o en su fragilidad) que me hace errar en cada uno de sus cumpleaños, la fecha al momento de saludarla.

A estas alturas la cosa es así: o me adelanto o me atraso. Pareciera estar destinada a celebrar siempre un no cumpleaños, una negación inconsciente del día que efectivamente nació, día que es reemplazado por una aproximación, un merodeo, darnos vueltas por la orilla del folio que sigue. Es como cuando era niña y me saltaba hojas en el cuaderno. Me gustaba de cuando en cuando, la existencia de una página blanca que marcaba mi ausencia de un día específico (pero al mismo tiempo, perdido) en el colegio, quizá la más férrea forma de existencia que se puede llegar a conocer.

A veces creo que esta omisión ritual del día del cumpleaños de Anita tiene que ver un poco con eso, con la ausencia; la suya y la mía por todos estos años que se han colado en nuestras vidas desde que nos dejamos de ver un día que ya no recuerdo en Valparaíso. El tiempo ha pasado y nos vemos poco, aún cuando es imposible negar que nunca nos hemos separado del todo.

Feliz cumpleaños, hermana. Envejezcamos juntas. Sin duda te seguiré saludando a destiempo, por la vida que nos reste descubrir.

Montano

Hace mucho que no tomo en serio una lectura. Me he tratado de obligar, al menos a nivel de pensamiento, de que debo concluir ciertos libros. Montano entre esos. El Mal de Montano. El mismo que habla de escritores ágrafos, de diarios de vida, de enfermedad, de inventos sobre inventos.

Debo tomar casi en serio esta lectura, pues implica el fin de un periodo largo: uno que empezó con la imposibilidad real de retener lo leído, a punta de estrés y que me tuvo con psiquiatra y pastillas. Luego continuó con irme de la biblioteca -mi biblioteca, la que yo armé, la que yo pensé y disfruté hazta el hartazgo- y el posterior duelo por mi padre.

Pareciera que todas estas cosas pasaron más o menos al mismo tiempo, pero lo cierto es que huelga su buen espacio entre uno y otro acontecimiento.
No podía leer. Después no podía escribir. Y así estuve largas noches (a veces creo que fue una sola, interminable) hasta que de a poco algo empezó a crujir, a moverse. Como si de pronto hubiese descubierto el desasosiego. A decir de Vila-Matas: «algo centellea en el tejido ajado».

Así sea.